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Allá por los confines de 2013, este pianista de interminable bagaje mercenario ocupaba su tiempo laboral entre ordenadores y pianos, Bilbao y Madrid, musicales y escenarios. Pero como no recuerdo muy bien el contexto he tenido que abrir la página de eventos para ver en qué estaba metido exactamente en esos meses de primavera: veo cabaret, jazz cocktails, flamenco y eventos privados. Una fusión habitual para un pianista de trayectoria tan diversa como imprevisible. Contexto aparte, estaba a punto de abrir una nueva e interesante línea de negocio. Musical, claro.

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Con esta entrada empiezo una serie de relatos extraños: Anécdotas de un pianista en apuros. ¿Crees haberlo visto todo en este mundo de la supervivencia como músico? ¡Te aseguro que no! El primer expediente está rescatado de un cuaderno de bitácora anterior. El título: El sujetador de color rojo. Un pianista y un sujetador. Suena a que el cabaret se me fue un poco de la manos. Pero no. Se resume en una historia divertida, aunque no travestida [risas]

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Allá por 1890 una familia estadounidense de clase media se reúne con amigos en el salón de su casa para celebrar un evento cualquiera, tal vez una fiesta. Charlan, intiman, brindan, beben... De fondo el ruido ambiente. No contaban aún con un gramófono, patentado unos años antes, en 1887. Sin embargo, en el imaginario popular y cinematográfico ─tal vez sólo en el mío─ se les puede visualizar cantando felizmente alrededor de un piano. Aunque no era nada frecuente ver un piano, al menos no en todos los hogares. Simplemente no estaba al alcance de todos los bolsillos. Pero imaginemos: esta familia pudo permitirse uno. Bastante caro, voluminoso y con muchas teclas. Ochenta y ocho, para ser exactos.

¿Y qué tocaban en las reuniones? ¿Rock and Roll? ¿Boleros? ¿Música ligera? ¡Ojalá estuvieran inventados! Pero quedaban décadas para algo así y la música popular era, o bien clásica, o bien tradicional. Nada emocionante y probablemente demasiado aburrida para una fiesta. Pero un buen día, a finales del siglo XIX, aparecieron unos compositores rebeldes reventando, versionando y sacudiendo las melodías clásicas de Chopin y compañía con un contratiempo feroz. ¡Herejía!

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No disparen al pianista

30, Nov Tiempo de lectura: 4 minuto(s)

En nuestro tiempo ya no tiene mucho sentido que alguien pronuncie esta frase, salvo en tono humorístico, o tal vez porque realmente algún músico hace tan mal su trabajo que merece ser disparado ─y espero sinceramente que la pistola no apunte hacia aquí─. En cualquier caso, lo que bien podía ser un invento popular como la mítica frase Tócala otra vez, Sam tiene su razón de ser. Es cierto que era de validez tan auténtica como el Se reserva el derecho de admisión actual. Fue Oscar Wilde1 el que hizo famosa la expresión mientras visitaba Colorado, al toparse con carteles en salones e incluso en iglesias. Pero... ¿de verdad era tan habitual como para rogar por la vida del pobre pianista?

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