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Cualquiera cercano que me conozca un poco debería saber a estas alturas que una de mis grandes obsesiones de siempre es tener equipo de calidad decente, resistente y batallero sin tener que romper la hucha del cerdito musical (no, no tengo cerdito musical, pero no es mala idea).

El motivo de la última compra era sustituir mis veteranos auriculares Beyerdynamics, ya en el desguace pero que eran absolutamente maravillosos para tocar el piano digital sin molestar. Me vi en la tesitura de encontrar algo parecido sin tener que vender un órgano (no, no un órgano de teclado, uno anatómico). Total, para ensayar no es necesario unos AKG de estudio, eso ya lo tengo cubierto. Y si acaso, y se puede, poder sacarlos de paseo ocasionalmente sin mayor problema.

Para los/las impacientes, mi puntuación: 7/10. Para el resto, aconsejo seguir leyendo.

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Todo músico que se precie tiene sus rarezas, no voy a ser menos. Me explico. Soy muy fácil de complacer, me encanta trabajar solo ─o en grupo─ y disfruto tocando durante horas. Sin embargo hay en particular una cosa que hace saltar mis teclas y circuitos: esas peticiones de ciertos temas y canciones que ponen los pelos de punta, pero no de emoción, sino de miedo. Da igual que presentes al honorable público un repertorio impreso cerrado, de donde elegir entre más de 200 temas. Apuntarán más lejos, muy lejos. Y ciertos reclamos fuera de la carta harán que esquive interpretarlos, sin miramientos, con una sonrisa diabólica y estudiada, hasta las últimas consecuencias. O intentaré hacerme el loco hasta donde se me permite por contrato o cortesía. Aunque a veces acontece el horror. No siempre sale uno victorioso.

Pero vayamos al grano sin más preámbulo y prosa. Este es mi ranking top de 10 temas más pedidos y odiados, en orden descendente. Detestados por el motivo que sea. Por cansinos, absurdos, repetitivos o sencillamente malos. Algunos son como pillarse los dedos con la tapa del piano repetidamente, una y otra vez. Leáse con mucho sentido del humor. Esta lista podría herir la sensibilidad de alguien y no estamos para disgustos.

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Allá por 1890 una familia estadounidense de clase media se reúne con amigos en el salón de su casa para celebrar un evento cualquiera, tal vez una fiesta. Charlan, intiman, brindan, beben... De fondo el ruido ambiente. No contaban aún con un gramófono, patentado unos años antes, en 1887. Sin embargo, en el imaginario popular y cinematográfico ─tal vez sólo en el mío─ se les puede visualizar cantando felizmente alrededor de un piano. Aunque no era nada frecuente ver un piano, al menos no en todos los hogares. Simplemente no estaba al alcance de todos los bolsillos. Pero imaginemos: esta familia pudo permitirse uno. Bastante caro, voluminoso y con muchas teclas. Ochenta y ocho, para ser exactos.

¿Y qué tocaban en las reuniones? ¿Rock and Roll? ¿Boleros? ¿Música ligera? ¡Ojalá estuvieran inventados! Pero quedaban décadas para algo así y la música popular era, o bien clásica, o bien tradicional. Nada emocionante y probablemente demasiado aburrida para una fiesta. Pero un buen día, a finales del siglo XIX, aparecieron unos compositores rebeldes reventando, versionando y sacudiendo las melodías clásicas de Chopin y compañía con un contratiempo feroz. ¡Herejía!

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No disparen al pianista

30, Nov Tiempo de lectura: 4 minuto(s)

En nuestro tiempo ya no tiene mucho sentido que alguien pronuncie esta frase, salvo en tono humorístico, o tal vez porque realmente algún músico hace tan mal su trabajo que merece ser disparado ─y espero sinceramente que la pistola no apunte hacia aquí─. En cualquier caso, lo que bien podía ser un invento popular como la mítica frase Tócala otra vez, Sam tiene su razón de ser. Es cierto que era de validez tan auténtica como el Se reserva el derecho de admisión actual. Fue Oscar Wilde1 el que hizo famosa la expresión mientras visitaba Colorado, al toparse con carteles en salones e incluso en iglesias. Pero... ¿de verdad era tan habitual como para rogar por la vida del pobre pianista?

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